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miércoles, 15 de diciembre de 2010
viernes, 3 de diciembre de 2010
martes, 9 de noviembre de 2010
Pinturas que remiten a la tierra
Antonio Fernández Pardo es el nombre de este ignoto artista boliviano que se encuentra perdido en
Casi toda su obra son imágenes que el que observa inmediatamente se ve transportado a los cerros altiplánicos, esos cerros que él no visita desde hace más de 40 años, pero sin embargo aún siguen intactos en su recuerdo, también sigue vivo el recuerdo de los carnavales, de los rostros llenos de sacrificio y soledad, y sobre todo se aprecia la variedad de colores tiñen la tierra Boliviana.
En 1979 empezó a mostrar su obra, ya que lo descubrió una odontóloga que trabajaba en la villa, ella lo presento al museo indigenista YANA KUNTUR de La Plata y allí su fama comenzó a crecer al punto que una de sus obras “el cristo coya” fue prohibido por la dictadura argentina en 1981.
Con las exposiciones llega a la escuela de Arte de Berisso donde tanto directivos como alumnos lo retienen para que se quede, en esas épocas vivía de vender sus cuadros y de sus dibujos en vidrio, se fue quedando y hoy sigue como auxiliar en la escuela, pero eso que parecía “un trabajo seguro” hoy suena más a encierro, a neutralización de su obra, de su ser, ya que en la escuela pasan unos que reconocen su obra y otros que lo ningunean quizás porque no entienden lo magnifico del arte.
Tiene cuadro que se llama “palliri”- mujer que pica las piedras-, ese es el recuerdo que él tiene de su madre, también recuerda a sus hermanos menores Demetrio y Berta, de los que solo sabe que se fueron de Oruro.
La pintura nunca fue algo ajeno ya que en su Oruro natal era artesano de una fraternidad de Diablada, aunque él dice que “en realidad la pintura, los colores siempre me llamaron la atención, desde chico me quedaba horas dibujando y pintando, pero a mi mama no le parecía algo importante, hasta que apareció el tío Celestino”.
Celestino frecuentaba seguido la casa de Pardo desde que el padre de este abandono a la familia cuando él tenía seis años, un día el tío que siempre venia a reprender y poner orden en la vio los dibujos y se olvido de los castigos.
Desde aquel día incentivo la creatividad de Pardo llevándolo a muestras de arte y le enseño a tocar algunos instrumentos musicales, como las kenas o el pinkuyo, por eso Antonio hoy además de tener una gran obra pictórica también en sus ratos libres es Luthier de instrumentos de viento.
Así, aun niño comenzó a trabajar para una fraternidad de diablada, primero en el taller de bordado donde se instruyo con el color y la técnica, pero una vez que descubrieron su capacidad para dibujar paso al taller de dibujo. Su tarea consistía en crear dibujos nuevos para que después los bordadores le dieran vida con los colores, para crear y copiar formas novedosas lo mandaban a él y a su compañerito Alfredo Aspiazu, “el fierolin” al cerro con una bolsa de pan como única compañía. El artista recuerda que para poder copiar los lagartos tal cual tenían que matarlos y una vez terminada la serie de dibujos volvían a la ciudad.
Antonio recuerda aquellas experiencias con una sonrisa y dice que a la hora de dibujar nunca le gusto copiar cosas de otras personas, que “dibuja solo cuando siente la necesidad de comunicar”, que para él eso es “como la espiritualidad del arte”, además explica que por eso a lo largo de su carrera fue cambiando de técnicas, desde el pastel hasta en los últimos años que volvió al lápiz y a los crayones ya que le permiten “jugar mas con el color, y por la textura que lo deja recrear”.
Antonio se queda mirando sus pinturas y pareciera que el recuerdo lo lleva a esas imágenes que lo inspiran, a esas costumbres y vivencias que añora desde que tuvo que escaparse de su Bolivia, como decía el poeta Andaluz José María Quiroga Plá en su poema “Destierro: “Todos los crímenes tienen perdón, y hallan indulgencia, menos el crimen de echar a los hombres de su tierra”.
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